¿Somos conscientes de la cantidad de datos que dejamos en manos de las redes sociales sin que sepamos la finalidad de su uso o simplemente nos gusta exhibirnos y no nos importa que se muestren públicamente? ¿De verdad no nos importa que se haga negocio con nuestros perfiles en Internet o es que simplemente el empuje de nuestro ego nos obliga a ignorarlo?
Lorena Fernández (Loretahur) destaca en un artículo titulado Facebook, el pegamento de la web 2.0 algo tan llamativo como esto:
Nos encontramos en una sociedad en la que la intimidad pasa a ser un bien despreciado. Con el éxito de sitios web como Facebook demostramos nuestro placer por el exhibicionismo. Dejamos nuestros gustos, nuestras preferencias de consumo, nuestras fotos y muchos más datos al amparo de unos totales desconocidos
Y a mí se me plantea la duda de si realmente son tan desconocidos aquellos en cuyas manos dejamos toda esa serie de datos delatores. Baste decir que Mark Zuckerberg, el estudiante de Harvard que junto a dos amigos decidió empezar a construir la comunidad virtual que hoy es Facebook, es poseedor de una fortuna calculada en 1.500 millones de dólares, según la revista Forbes y considerado uno de los integrantes del selectivo club de los hombres más ricos del mundo.
Muchos aducen el éxito de las redes sociales a la controvertida teoría Six Degrees, o teoría de los Seis grados de separación, según la cual, un ser humano puede relacionarse con cualquier otro individuo del planeta con sólo seis enlaces y cinco intermediarios. Ello daría lugar, en palabras de Lorea Palacios Urquiola, a un fenómeno de relación en cadena donde cada usuario (nodo) trae consigo a otro suscriptor y transforma las relaciones (aristas) del grupo con muy pocos vínculos para generar una población, es decir, un mercado potencial.
Lorea defiende que las redes sociales se crearon para ganar dinero y, hoy en día, constituyen negocios multimillonarios que pasan de mano en mano a través de complejas operaciones de compra de acciones y compañías enteras.
Sin embargo, dudo mucho que quienes nos abrimos un perfil en cualquiera de los sitios de redes sociales existentes ignoremos este aspecto, ya que incluso cuando reclamamos por un derecho que nos asiste como consumidor, nuestros datos pasan a formar parte de bases ingentes cuyo destino desconocemos por completo y jamás controlamos.
Estoy más porque nos tienta sobremanera, como destaca Lorena, el afán por exhibir nuestras interioridades sin recato alguno, buscando no se sabe qué. Tal vez reconocimiento, adulación o simplemente satisfacción del propio ego.
Un hecho delatador es que las propias empresas han puesto ya sus ojos en las redes sociales. Y las empresas rara vez hacen algo que no sea por dinero. Uno de los anhelos más fervientes de la publicidad siempre ha sido el poder personalizar los mensajes a la talla de cada consumidor para poder ganarse su confianza, lo que se denominaría mensajes a medida. Está claro que las redes sociales les facilitan enormemente la tarea, pero también es verdad que los consumidores cada vez se fían menos de la voz de las empresas y de sus campañas publicitarias, de ahí su creciente obstinación en penetrar en ellas en busca de mercados y clientes.
La gente prefiere el consejo del amigo, del conocido, a la hora de consumir un producto. No se fía de quien prioriza el afán por vender antes que el comunicarse. Es la esencia de la red social. La gente se exhibe porque sabe que la decisión final será suya y no tiene miedo a tomarla llegado el momento.
Tal vez en esa exhibición temeraria radique el más amplio concepto de la libertad, el de quien no tiene nada que ocultar, quizás porque ya de antemano lo oculta todo refugiándose en las múltiples identidades que proporciona la web.
Porque en la red somos lo que deseamos o podemos ser
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