En plena crisis económica mundial, subyacen estos días, como ya dejamos patente en anteriores disertaciones, interesantes debates entre tanta pomposidad mediática (a veces cegadora). Una de las últimas reflexiones en voz alta de Nicolás Sarkozy ha retumbado con cierta prominencia en algunos sectores sociopolíticos. Su exordio podría resumirse en: ¿es posible refundar el capitalismo, hacerlo ético, razonable?
(EFE)
Tamaña pregunta debe provocarnos, antes de ofrecer alguna respuesta demasiado precipitada, diversas reflexiones. La primera viene en forma de maliciosa observación, asentada en recuerdos de reciente cuño: Nicolás Sarkozy, presidente de la V República Francesa desde mayo de 2007, y ahora presidente de turno de la Unión Europea, propuso, durante su campaña electoral para alcanzar el primero de sus poderes, bajar los impuestos a las grandes fortunas de Francia, que suponemos serán, según el propio discernimiento del mandatario, las más necesitadas de tal alivio fiscal. Anteriormente, como ministro del Interior, no dudó en negociar los contratos basura para los jóvenes franceses (el famoso CPE), que no salió adelante gracias a las extraordinarias manifestaciones en la que se mostró un firme rechazo social. Y si bien luego Sarkozy matizó la idoneidad de la medida, fue para debilitar públicamente aún más a por el entonces su máximo enemigo político, el propio primer ministro Villepin y al presidente Chirac.
Tampoco quisiéramos olvidar que Nicolás Sarkozy es, además, gustoso de mostrar públicamente lo ostentoso de sus periodos vacacionales. Dicen, eso sí, que sin cargo al erario. Aunque es de dominio público que en realidad sus costosas temporadas de asueto las pagan sus amigos pertenecientes a los círculos de las grandes fortunas. Amigos a los que, claro está, agradece su amabilidad colocando entre su equipo de gobierno, o mejor aún, en el Ministerio de Economía. Véase, sino, a la ministra, Christine Lagarde, relacionada íntimamente con el grupo Lagardère. En definitiva, no deja de llamar la atención, en este caso, sólo la naturaleza de la cuestión planteada, sino el currículum personal del que la clama.
Como segunda reflexión pertinente, y ya que Sarkozy, como señalamos más arriba, ostenta el cargo de Presidente de los Veintisiete, recordemos también, por qué no, la reciente medida aprobada por el Parlamento de Estrasburgo hace pocos meses: legalizar, permitir, aceptar, la jornada de 65 horas semanales de trabajo. Es, quieren dejar patentes nuestras euroseñorías, sólo una medida que viene a marcar un límite, un tope, y que en ningún caso es de acotación e implementación obligatoria. Cada estado miembro podrá regular su mercado laboral como lo estime, mintiendo sus jornadas laborales como hasta ahora si así lo desean. Si bien, a nadie se le escapa que dicho límite servirá para regularizar jornadas laborales que, en algunos países en vías de desarrollo, y que son recientes integrantes de la UE, o lo serán en breve, ya se producen sistemáticamente. O será una realidad a partir de ahora. Es lo que algunos eruditos en materia económica denominan flexibilizar el mercado laboral. En realidad, en el lenguaje de los currantes, es volver a legalizar la esclavitud en aquellos países en los que las garantías sociales son paupérrimas. La necesidad hará que muchos, efectivamente, trabajen 65 horas. Y, seguramente, por el mismo precio.
Dispongamos como tercera observación el momento, las circunstancias en las que germina y se plantea públicamente la cuestión: justo en un momento en el que el sistema capitalista se tambalea. O cuanto menos, muestras sus debilidades. Nunca, jamás, el planteamiento de una hipotética refundación del capitalismo ha surgido en época de bonanza, de vacas gordas, cuando los porcentajes son atractivos y los números tienen muchos ceros. No, entonces no. Es ahora, cuando las cosas van mal, cuando las grandes fortunas están contra las cuerdas y los políticos que las protegen en serios aprietos, ahora, y no antes, es cuando la filosofía y la ética se desparraman toscamente sobre la mesa. Suponemos, claro está, que como gran estratagema para poner la venda antes que la herida, para distraer la atención pública y mediática, y dar la sensación de que nuestros líderes empresariales y políticos, la mayoría tiburones insaciables, parecen personas de bien, preocupadas por el bien común y el interés general. Los alardes éticos proliferan, pero por miedo a que, en época de vacas flacas, le echen a uno la culpa de todo. Por lo menos así alguien podrá decir: yo ya dije que había que cambiar el sistema, a mí no me miréis.
Pregunta planteada y sucinta reflexión previa dispuesta. Ahora, que cada lector juzgue y medite, según su propio entendimiento, acerca de la respuesta.
Artículo de exprofeso.com
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