El Partido Popular de Galicia ha tirado de su mayoría absoluta en la cámara gallega para aprobar una moción que ha levantado ampollas. Se rediseña la Ley de Función Pública para eliminar el examen obligatorio de gallego para acceder a una plaza en la administración.
foto de www.halacelta.com
Las críticas nacionalistas (incluidas algunas que se esconden tras las siglas del PSOE), han cargado contra la medida, ofertando a la opinión pública todo un catálogo de improperios. Así han calificado BNG y PSOE la medida:
Y añaden, por si acaso, que no van a participar de esta farsa.
Ante tal muestrario de necedades, uno se pregunta cómo es posible que todavía alguien dude de que el bipartito mereciera la derrota electoral. Su política lingüística fue, y continúa siendo, de un sectarismo salvaje, sin precedentes en la región. A rebufo del modelo vasco y catalán, los nacionalistas trataron de imponer a la comunidad gallegohablante su particular estilo, una suerte de jerga sólo conocida y utilizada por ellos mismos. En un afán de diferenciar al máximo la sonoridad y ortografía del gallego respecto al castellano, implementaron una serie de cambios normativos ridículamente justificados etimológicamente. Forzaron artificialmente la transformación del gallego en una lengua más particular, más propia. Más enxebre, en definitiva. Aun sabiendo que el nuevo gallego, el oficial, poco tenía que ver con el que usa el común de los hablantes. Y todo esto, de un día para otro. Ellos, defensores a ultranza del idioma autóctono, no tuvieron reparos en prostituirlo y supeditarlo a sus intereses partidistas e ideológicos. Eso sí que fue falsear la realidad, eso sí era una farsa.
BNG y PSOE aprobaron el proyecto de las galescolas, infausta idea, como punta de lanza de su proyecto de hacerle la guerra al castellano o, si se prefiere, al bilingüismo. Las galescolas, al igual que las ikastolas vascas, no son más que el intento de eliminar de la cotidianidad del alumno gallego el primer idioma del estado, el único vertebrador. Y de ser, además, un vivero de simpatizantes ideológicos de los que el movimiento ya se servirá en un futuro.
Esa es la política lingüística de BNG y PSOE. Ese el verdadero atentado, tanto a los derechos constitucionales como al sentido común. Dicen que temen un desembarco de foráneos, lo cual sólo cabe interpretarse como un miedo al mestizaje de culturas, a la convivencia de ideas y sentimientos. Un tenebroso razonamiento, desde luego. Parece que mantener la región limpia de extraños, parlantes de raras lenguas, les quita el sueño. Además de, por supuesto, tener claro que tales extranjeros son un hatajo de ignorantes, necios e indocumentados, incapaces de llegar a comprender la lengua y la cultura gallega, tan complejas e insondables para los no oriundos...
De nuevo, la izquierda vuelve a meter la pata. Sin duda por la cada vez más vasta ignorancia de sus líderes, que sólo funcionan con lemas prefabricados y demagogos. Resulta deplorable que nuestra izquierda haya adquirido las formas de nuestra terrible derecha. Y su discurso es irreconocible. ¿Cómo justificar así este tribalismo lingüístico? ¿Cómo mantener que es el mejor modelo de desarrollo? ¿De verdad es para la economía de la región la mejor de las apuestas? ¿Cuántas oportunidades perderá Galicia de prosperar este sistema idiomático? ¿Por qué tanta alergia al bilingüismo? ¿Es que tener una lengua propia se sube tanto a la cabeza que se pierde la perspectiva? ¿Es que nadie reflexiona más allá y es capaz de observar lo que ocurre cuando se talibaniza una cultura?
La riqueza lingüística es uno de los mayores tesoros de un país. Y debe mantenerse y cuidarse. Pero nunca colocándola por encima de los derechos y las obligaciones de los ciudadanos, o del interés general. El gallego y el español son cooficiales en Galicia, por supuesto. Y así debe ser. Pero, o se tiende al equilibrio, o la preponderancia artificial de cualquiera de ellos, por unas u otras razones, sería un triste y vergonzante episodio. En ese sentido, la propuesta del PP podrá ser más o menos discutible ateniéndonos a tal reflexión, pero resultan inaceptables las brutalidades dialécticas vertidas por sus adversarios políticos que, lejos de proponer alternativas viables para una comunidad en la que necesariamente los hablantes de dos lenguas deben entenderse, se afanan en alimentar, como otras muchas veces (y ya cansa, oiga), un victimismo decimonónico auténticamente deleznable.
(un artículo de www.exprofeso.com)
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