París está deprimido

"Los parisinos no saben vestir", Tom Ford dixit. No estoy de acuerdo. Él dice que se niega a abrir tienda en París porque estaría siempre llena de turistas. Y en esto, sí tiene razón. Yo, por 24 horas me convierto en turista (de 'first class', of course) y me dedico al 'looping' (léase, ir de tienda en tienda a mirar y sin consumir).

Montaje de la obra 'Promenade', de Richard Serra, bajo la cúpula del Grand Palais de París.

Pero empiezo el día viendo bailar a Richard Serra. Sí, al escultor, el mismo al que el Museo Reina Sofía le pierde obras, y eso que pesaban 38 toneladas. El último Serra danza (él no, desconozco su estado de agilidad a los casi setenta años). Son cinco láminas verticales de acero oxidado (cada una mide 17 metros de altura y pesan 73 toneladas) que el escultor ha colocado, bajo la cúpula -que alcanza los 45 metros- de hierro y cristal del 'Grand Palais'.

Ha bautizado su obra como 'Promenade' y las grandes planchas de hierro parecen moverse al son de una coreografía en el gran espacio que se construyó para la Exposición Universal de París de 1890, y que te hacen sentirte como un habitante de Liliput. Leo que alguien dice que son/somos como figuras en un paisaje de Canaletto, minúsculas, pero yo no me atrevo a decir tanto. Esta segunda edición de 'Monumenta' (un invento francés que emula a las míticas intervenciones de la sala de las turbinas de la 'Tate Modern' de Londres) es una visita obligada para los amantes del arte, de la arquitectura y del diseño, donde el acero oxidado, el cristal y el hierro del edificio y la luz de París lo convierten en una experiencia única.

Vuelvo al 'shopping' pero María Antonieta me llama. No su fantasma decapitado sino la exposición que comparte 'Palais' con Serra. En la exposición encuentras lo que se vio, profundizando, en la 'Marie Antoinette' de Coppola. Una película a la que se le ha de dar una segunda oportunidad. Que no se debe ver sino -y ahí está la clave- contemplar. La exposición tiene un montaje a la altura de la reina. Y parece que contagia a toda la ciudad con el gusto por la decoración del siglo XVIII. Es lo moderno o un antídoto, dicen los más críticos, ante la actualidad.

Alguien me comenta: París esta deprimido. Y su 'prozac' es su glorioso pasado. El ejemplo: las nuevas tiendas. Y por fin me lanzo a comprobarlo. En Givenchy sus nuevas colecciones se presentan en pequeños cubos forrados en su interior de viejas 'boisseries'. El gusto por el pasado también ha llegado a Yves Saint- Laurent. Abandona el negro, de la época de Tom Ford, y vuelven a las paredes y mobiliarios los colores del maestro: rojo con naranja o/y fucsia con rojo. Parece que la capital del Sena se olvida pronto de los diseñadores caídos. El próximo, es un rumor, puede ser Sarkozy. Perdón, él no es diseñador. ¿O sí...?