Si quieres un buen retrato, retrátate

Busque entre todas sus fotografías. Dese tiempo, hurgue a fondo. ¿Cuál diría que es su mejor foto, su retrato definitivo, la foto que le gustaría que ilustrara la portada de su biografía, la cara con la que querría ser recordado para siempre? ¿No la encuentra, verdad? No siga buscando. Ríndase: usted no tiene una foto digna de ser llamada retrato. Asúmalo: vivimos rodeados de cámaras y eso sólo ha valido para que vivamos entre más fotografías que nunca, pero peores que siempre.

'La perla del Caribe', de Foto Ramblas de Barcelona.

¿Le están entrando ganas de remediarlo? ¿Quiere que su retrato no desmerezca al lado de los de su abuela o los de su madre? Pues haga lo que hubiera hecho su abuela: coja el portante y láncese a la calle a buscar un estudio de fotografía. Se lo advierto: lo tiene crudo, son especie en extinción.

Hoy, la gran mayoría jamás se ha puesto en manos de un profesional y eso hace difícil tener un buen retrato. Y en el caso de tenerlo, lo difícil es encontrarlo. Porque ¿quién está dispuesto a volver a mirar en el ordenador las 2.500 fotografías que hizo en su viaje a Brasil, para encontrar esa en la que, me parece recordar, salía tan guapo? Y, claro, como los fotógrafos no viven del aire los estudios se han esfumado. Y la increíble crónica que iban guardando en sus archivos ha quedado interrumpida para siempre.

¡Lástima! Ahora que el gentío es más guapete que nunca, no tenemos quién dé fe de ello. Hubo un tiempo en que la gente ahorraba una buena ristra de duros para poder ir al fotógrafo a sacarse una fe de vida: he pasado por este mundo y quiero que quede constancia. Una noble constancia. Un testimonio a la altura de mis deseos. Ris ras, hecho: este tío tan guapote sí que soy yo. Y así voy a ser por los siglos de los siglos.

Una joven Duquesa de Alba, retratada por Juan Gyenes.

Si todavía anda dudoso de lo conveniente o no de pasarse por un plató de pago, le animo a acercarse al depósito del Canal de Isabel II de Madrid. Se le van a pasar todas las dudas. Allí se puede ver una pequeña selección de la ingente obra de Juan Gyenes, que es un canto al trabajo bien hecho, al oficio bien llevado y a las ganas de complacer a un cliente que quería salir de allí con la autoestima por los cielos. Lo que se gastaba en fotógrafo se lo podía ahorrar en psiquiatra. Y se lo ahorraba: Gyenes era una fiera del retrato amable, del retoque hasta lo imposible, del gesto sereno y de la luz perlada.

Gyenes es además un registro de quién es quién en 40 años de la historia de España. Si alguien contaba algo, seguro que había sido cliente de la casa. Francos, Borbones, flamencos danzantes, cómicos, científicos y famosos en tránsito. Todos fueron bendecidos por el húngaro cesante. Raphael, Picasso, Isabel Preysler, Jiménez Díaz, La de Alba, Cossío, Sofía Loren e Incluso Antonio Gades, que con 14 años trabajó una temporada de botones en el estudio y que siempre llevaba en la cartera una foto que le hizo el maestro entonces. Así no me olvido —decía— de dónde vengo y de quién soy. Memorable la foto de Carmen Amaya. Su marido trata de seguirla con la guitarra, pero ella anda con la mirada perdida en los horóscopos. Cara de estatua y tronco de grulla.

Si le van unas pintas más canallas (vedettes de poca pluma, púgiles mitad galgo, mitad sueño y forzudos puro tongo) suba dos pisos. La otra parte de la exposición está dedicada al Estudio Ramblas de Barcelona. ¿Como se pueden hacer fotos tan arrolladoras sin prácticamente nada? Poca ropa, poca chicha, pocas ganas y nada en la mirada. Todos los modelos parecen suplentes de otros que debieran estar allí y de los cuales, claro, no vamos a esperar el mismo afán y fuego que de los verdaderos protagonistas. Será por eso, o pese a eso, que los retratos son magnéticos, figuritas de belén agigantadas, recortables encarnados y coleando. La mejor colección de tristes del mundo. Si tuviéramos que deducir cómo era el resto de la sociedad española de los años 60 y 70 a partir de estas fotos... acertaríamos. España era así y el retratista, muy profesional él, no hizo más que lo que debía: quitarse de en medio. No todo iba a ser dulzura.

*Sofía Moro es nuestra colaboradora de fotografía