El conductor se baja del metro de Barcelona

BARCELONA.-  El electrónico del metro de Barcelona es un tipo flaco, pero más que nada es pálido. Sus colegas le dicen "electrónico" porque mientras todos duermen, él deja sola a su mujer y se mete bajo tierra a reparar cables y circuitos integrados. Es un trabajo duro. Pero él dice que peor es la situación de los maquinistas, que pronto van a desaparecer.

Francesco Pascale (Flickr)

"El futuro del metro será sin conductores", me dice el electrónico. Y lo dice porque el primer suburbano de España sin conductor empezará a rodar en septiembre en Barcelona. La línea 9, con más de 46 kilómetros de largo, no sólo será la más larga del país, sino que se pondrá en marcha sin nadie en los controles de mando. Por eso la ausencia del maquinista es tema de conversación entre las cuadrillas de gremio subterráneo.

"El metro ha cambiado más en la última década que en sus 146 años de historia", cuenta este electrónico con la voz todavía un poco ronca (son las cinco de la tarde y hace poco que salió de la cama). Y es cierto: Cuando el primer tren subterráneo del mundo echó a andar en 1863 en Londres, a nadie se le hubiese ocurrido que un buen día el emblemático maquinista iba a desaparecer.

Pero es un hecho: en París y en Singapur, el subterráneo ya funciona sin conductor en algunas líneas, igual que en Tokio, Yokohama, Nuremberg y Hong Kong. En Vancouver, Copenhague y en otras doce ciudades están a punto de inaugurar sus sistemas automáticos. Pronto todos los metros del mundo funcionarán sin conductor. El cambio será paulatino pero seguro. De momento, en España, la tecnología que avanza como una locomotora sin freno sólo ha llegado a Barcelona.

Sam Kelly

"Pero aquí nadie se quedará sin trabajo", me advierte una mujer con voz amable desde la oficina de prensa de Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB), cuando le explico que los niños ya no podrán decir "de grande quiero ser maquinista", ni los hijos de los conductores actuales dirán "quiero ser como mi papá".

"Ahora estamos implementando un sistema de empleado polivalente", dice la mujer. Y con eso quiere decir que la misma persona que trabaja como informador también puede ocupar el puesto de conductor en horarios rotativos. Así, la extinción de la profesión de maquinista será lenta y silenciosa. Su identidad se desvanece como un tren que parte para no volver.

"Primero sacaron a los taquilleros, luego a los jefes de estación y ahora están desapareciendo los conductores", dice el electrónico, y me recuerda que en Barcelona, los billetes ya sólo pueden comprarse en máquinas expendedoras, y quien era el máximo responsable de cada movimiento en las bocas de acceso, ahora uno se lo puede encontrar como informador: esos hombres con chaleco naranja fluorescente que llevan una "i" en la espalda y le explican a una abuelita como llegar a la casa de una sobrina que hace mucho que no ve.

Los mismos circuitos electrónicos que remplazaron al hombre sobre la tierra, ahora también suplantan a la fauna subterránea. Así, la jerarquía vertical del subsuelo tiene especies en vías de extinción. "Cada vez tenemos más responsabilidades. La seguridad del metro depende más que nunca de nosotros", me advierte el electrónico, consciente de que entre los 3.000 empleados que mantienen en buenas condiciones los 87,6 kilómetros del metro de Barcelona, no hay ninguno tan imprescindible como un electrónico. Si un día los vagones colapsan, será culpa de un circuito electrónico mal conectado. Y si las puertas no se abren en el momento justo, será la cuadrilla de electrónicos la culpable.

Leonardo Faccio

Muy pronto los expertos en cables y circuitos integrados serán los protagonistas de la historia subterránea, como lo fueron antes los maquinistas. Por ahora, este hombre me dice que su empleo no tiene demasiado encanto ni le despierta un especial orgullo. Tal vez por eso me pide que su nombre no aparezca en este artículo, y con su voz ronca de hombre recién levantado, se despide desde su anonimato, igual que esos héroes de cómic que renuncian al reconocimiento, pero aceptan resignados las obligaciones.